Al menos, es la principal conclusión que se extrae del estudio realizado por el economista Carlos Cueva, de la Universidad de Alicante. Cueva aprovechó la coyuntura post-pandemia para averiguar de una vez por todas hasta dónde llegaban las tradicionales ventajas asociadas a los clubes que juegan los partidos como locales y las desventajas para los conjuntos que actúan como forasteros. La principal conclusión: sin público en las gradas, la balanza -tanto deportiva como arbitral- se equilibra de manera sorprendente.
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En primer lugar, toca destacar el campo del estudio, en el que Cueva analizó 233.666 partidos de fútbol disputados con público entre 1993 y 2020, jugados entre 1.708 equipos de fútbol diferentes pertenecientes a 41 ligas profesionales de 30 países. Para añadir la variable de los arbitrajes, analizó las decisiones de los colegiados en 88.025 partidos disputados en 21 ligas europeas.
Luego, para comparar, tiró mano de las estadísticas recabadas en 2.136 partidos disputados a puerta cerrada y sin público desde el arranque de la pandemia covid-19.
Menos ventaja local… pero sigue habiendo cierta ventaja
La primera conclusión sorprendente: los equipos locales siguen teniendo ventaja por jugar ‘en casa’, aunque esta se ha reducido significativamente. Entre 1993 y 2020, los resultados arrojaban un 45% de victorias locales; dicha cifra ha descendido hasta el 41% a puerta cerrada, pero sigue siendo importante. Incluso a puerta cerrada, cuatro de cada diez partidos caen del lado casero. Probablemente debido a la adaptación al terreno, conocimiento de sus dimensiones, futbolistas habituados a su entorno, etc. en comparación al cuadro visitante, que tiene que desplazarse a territorio desconocido, volar en las horas previas, goza de menos descanso y otra serie de variables.
Los forasteros, eso sí, tienen motivos para la esperanza: si antes de la pandemia las estadísticas les daban pocas opciones de triunfo (29%), ahora esa cifra se ha elevado hasta el 33%. Es decir, antes había 16 puntos porcentuales de diferencia favorable a los locales respecto a los visitantes (45-29); ahora ese porcentaje ‘solo’ es del 8% (41-33).
Curiosamente, el número de igualadas no ha variado: antes de la covid-19 y con público en los estadios los empates suponían un 23% del total… y ahora también.
Sin presión, los árbitros equilibran la balanza
Quizá los resultados más sorprendentes del estudio tengan lugar al analizar los arbitrajes en los partidos sin público, en comparación con aquellos en un contexto de presión ambiental sobre la figura del colegiado.
Empecemos por el número de faltas señaladas: sin público en las gradas, los árbitros suelen pitar más faltas como promedio. Eso sí, esto penaliza más severamente al cuadro local: mientras que a los visitantes la media de faltas es un 5% superior a la normal, en el caso de los equipos ‘de casa’ el porcentaje se dispara hasta el 10%. Sin gente en la grada para meter presión, el árbitro muestra menos permisividad con el juego brusco.
Para acabar, las tarjetas amarillas y rojas ratifican esa sensación de equilibrio cuando no hay aficionados en los estadios metiendo presión. Sin público en la grada, el promedio de amarillas a los locales aumentó en un 22%, mientras que para los visitantes se mantuvo en números casi idénticos.
En lo que concierne a las expulsiones, la cifra se dispara todavía más: en el caso de los visitantes el porcentaje de variación no es significativo, mientras que para los locales hubo un 33% más de tarjetas rojas. Eso sí, las expulsiones se tratan de un hecho relativamente inusual en un partido y hay que tomar los datos con todas las precauciones.
¿En resumen?
Sin público, la ausencia de presión ambiental en los estadios favorece la imparcialidad arbitral (se dan menos arbitrajes ‘caseros’ promovidos por la influencia de los hinchas) y también arrebata cierta ventaja al cuadro local, llevado en volandas por su público en situaciones de tensión y de igualdad. Es, en líneas generales, territorio fértil para que los equipos visitantes puedan dar la sorpresa con mayor asiduidad.