Se ha puesto de moda explicar temas de emprendimiento y compañías diversas partiendo de tesis deportivas. El último gran post, de hecho, lo escribió Eduardo Lazcano antes del Clásico entre Real Madrid y Fútbol Club Barcelona, comparando el miedo a la transformación digital con las excusas futbolísticas para no aplicar la tecnología.
Me gusta todo esto por una razón: adoro el deporte. He dedicado gran parte de mi vida y de mi trayectoria profesional a tocarlo de manera directa y tangencial. Gente como Ángel Sanz contribuye cada vez más a darle la importancia que creo merece en la sociedad actual y es además capaz de demostrar su correlación con el mundo laboral.
Inicio este artículo así por la sencilla razón de que, al menos a mi alrededor, ha dejado de mirarse al que realiza ejemplos con parábolas deportivas como si fuera un inculto. Básicamente por dos motivos: porque es innegable que es una materia de conversación recurrente en cualquier lugar y circunstancia y porque (casi) todo el mundo las entiende. Aunque no sea aficionado o entusiasta.
Vengo a explicar todo esto por el ejemplo de un amigo cercano, que concluyó una etapa vital el pasado viernes. Hace ocho años había encontrado el trabajo (creía) de su vida, aunque ya hemos contado alguna vez la infelicidad de aquellos que se emplean en lo que soñaron. Estaba ligado al mundo que dominaba y le motivaba, le permitía tomar decisiones y formarse y le incluía en contactos de alto nivel. Sin embargo, en menos de un lustro algo empezó a fallar. La gente veterana, incapaz de mejorar sus prestaciones, le frenaba. Su jefe, old style, apenas le daba más responsabilidad pese a su constante consecución de objetivos. Y su empresa, multinacional, no le dejaba poseer parcelas de innovación a causa de la rigidez de un negocio que en realidad debería ser flexible.
Como muchas otras personas a las que conozco, hubo un click que le fue llevando a pensar en cambiar de aires. Esta semana ha iniciado una nueva etapa en un lugar cuyo producto desconoce (porque nunca había tenido experiencia en ese sector) y que está lejos de ser a priori a ojos inexpertos tan atractivo como el anterior. Pero cuya filosofía, condiciones, flexibilidad y trato le motivan tanto que se encuentra ilusionadísimo.
«¿Qué tiene que ver esto con el deporte?», os preguntaréis quizá. Todo. Porque hay un futbolista que, aunque suene de perogrullo, con su sola aparición ha cambiado la dinámica negativa de un antaño gran equipo condenado a sufrir en la Primera División española.
Alguien dijo que un solo jugador es capaz de cambiar un engranaje entero, pese a que llegue como incorporación en el mercado de invierno. Hemos tenido muchos ejemplos: Edgar Davids en el Barcelona, Rakitic en el Sevilla, Osvaldo en el Espanyol, Zigic en su segunda etapa en el Racing de Santander o Ayala en el Valencia.
Precisamente es esta entidad la que ha visto ‘nacer’ como profesional a Carlos Soler, un chaval de 20 años que con su equipo bordeando el descenso ha conseguido asentarse como titular indiscutible, marcar goles decisivos, hacer mejores a algunos de sus compañeros y establecer la esperanza de encontrar a alguien parecido a Albelda y Baraja tras 15 años de búsqueda infructuosa en Mestalla.
Esto, en circunstancias normales y aplicado a las empresas, jamás habría ocurrido. Un chico joven, con ideas nuevas, con una visión diferente… sería como máximo contratado como Junior y puesto al servicio de los Senior porque ‘esto siempre se ha hecho así’. Por lo visto, si uno no tiene la edad o experiencia suficientes no puede ascender rápido, porque las jerarquías son las que son. Y, claro, España es el país con menor índice de productividad de Europa y mayor de burnout.
Con esa tesitura, hubiera seguido siendo titular Mario Suárez, que tras su salida del Atlético y su internacionalidad hace mucho tiempo que está lejos de su mejor nivel. O el entrenador (que, como directivo, ha sido quien tomó la decisión de ascender a Soler) no hubiera sentado en algunos encuentros a Enzo Pérez, que en su día costó 25 millones y es uno de los capitanes de la plantilla.
Dicen siempre en el fútbol que no hay que sacar a chicos de las categorías de formación en circunstancias adversas, porque les cargas de responsabilidad. Pero casi nunca se escucha el argumento de que es ahí donde se necesita savia nueva, descaro, ganas y motivación, que suelen estar ausentes en los que juegan habitualmente.
Y sin embargo, aquí se ha roto absolutamente la teoría. Como en muchos otros casos. Lo que quizá, a todos esos jefazos aficionados al balompié, debería hacerles pensar por qué son proclives a estos argumentos cuando hablan de su equipo y son, por contra, incapaces de aplicarlos a su propio día a día.
Texto: David Blay Tapia