‘El fútbol se parece mucho a la vida, según la decisión que tomes tendrás mayor o menor éxito’. Una frase que se puede leer en una foto de las miles que circulan por internet con el curioso título de desmotivación. Mireya García Boa (Isla Cristina, 13-08-1994) tomó la decisión de apostar por el fútbol con todas sus consecuencias, sin miedo al fracaso y con la máxima de trabajar para buscar el éxito.
Desde bien pronto lo que le motivó fue el esférico, prueba de ello es que a los 9 años los parques de su barrio ya la habían visto disparar y regatear con habilidad. Su precocidad no fue un impedimento para pronto pasar del cemento y la tierra del parque a lucir la camiseta del Isla Cristina F.C en categoría alevín, en la que competió junto a niños en equipos mixtos. “Para mí fue muy importante empezar a jugar con chicos, ya que te exigen físicamente y eso te da un plus”, comenta sobre una etapa en la que reconoce que se sintió siempre “como una más” y disfrutó del fútbol “sin pensar en otra cosa”.
Dos años después dio otro salto, éste todavía más importante. Se marchó, con solo 11 años, al Sevilla F.C y dio un paso “sin miedo” sintiendo siempre “el apoyo de la familia”. En el club hispalense se encuadra en un equipo de fútbol 7, crece, gana varias ligas seguidas y con 15 años llega el momento con el que sueñan todas: el debut en Primera División (entonces Superliga). “Cumplí uno de mis sueños aquel día en Valencia contra el Levante. Lo sentí, lo viví y lo disfruté como la que más”. Un momento que define como “increíble” y que le llenó “la mochila de energía” tras ver que se podía llegar a donde se había propuesto. Sus actuaciones con el equipo, con el que termina jugando 41 partidos y marcando 6 goles, no pasan desapercibidas para los seleccionadores nacionales, siendo desde entonces una habitual, primero con la sub-17 –con la que se proclamó subcampeona de Europa y del Mundo- y más tarde con la sub-19. “No podría decir la ilusión que me hizo la primera llamada de la selección. Era un día cualquiera después de llegar del instituto y no me lo creía. Lo primero que hice fue contárselo a mi familia, fue un momento que nunca olvidaré”, relata antes de manifestar que “es lo más bonito que he vivido y que me ha regalado el fútbol, aprendí muchísimo y maduré como persona y futbolista. Lo recuerdo todo a la perfección, jamás lo olvidaré”.
A los 17 años Mireya sintió que “necesitaba un cambio” y a pesar de ser una decisión “muy difícil”, abandona el Sevilla para enrolarse en el Santa Teresa, un club de Badajoz recién ascendido a la máxima categoría. Preguntada por la elección, responde que “el Santa desde el primer momento me mostró muchísima confianza e interés”. En El Vivero disfruta del fútbol y además se convierte en una jugadora imprescindible para el técnico Juan Carlos Antúnez. Tanto es así que supera los 100 partidos en la máxima categoría con las extremeñas aportando en el juego de ataque y sumando goles (hasta 8) y asistencias. Tres temporadas de ensueño consiguiendo el título de la salvación con el humilde club extremeño desembocan con una fatal campaña, la 17/18, que provoca el descenso a Segunda. Una situación que no cambia la idea de seguir al sentir que “debía una oportunidad, era mi casa y fue un momento duro para todos” pero consideró que “debía quedarme e intentar junto a mis compañeras y cuerpo técnico devolver al Santa y a su afición donde siempre tuvo que estar, en Primera”. La temporada marcha bien en el sentido general (el equipo manda en la clasificación y disputa el playoff de ascenso) pero no es la mejor de la delantera en el plano individual, costándole mucho mostrar su nivel más alto: “No fue uno de mis mejores años pero lo considero importante en mi carrera porque maduré y psicológicamente me hizo más fuerte”. Lejos de rendirse pone fin a su sequía goleadora en un marco incomparable. En El Sadar de Pamplona, frente a Osasuna, un tanto suyo permite al equipo avanzar de ronda y disputar la eliminatoria final por el ascenso: “Ese gol en el playoff me dio la vida; no había tenido suerte en toda la liga y siempre el trabajo tiene su recompensa”, confiesa tras aceptar que más allá del gol “lo más gratificante fue ver la cara de todas mis compañeras que sabían por todo lo que había pasado y a pesar de todo estuvieron ahí”. Sin embargo, el sueño de volver a lo más alto se trunca tras cruzarse con el CD Tacón (posterior Real Madrid Femenino) y Mireya redobla la apuesta y permanece en Badajoz por sexta campaña.
En noviembre de 2019, durante un entrenamiento, se lesiona gravemente de la rodilla (rotura del ligamento cruzado anterior y rotura del cuerno posterior del menisco interno) en lo que define como “el peor momento de mi carrera y de mi vida”. Una acción que no olvida: “Fue en un entrenamiento de viernes ensayando un córner, me la pasaron en corto, regateé a una compañera y en el momento de apoyo se me fue la rodilla y en ese instante tenía claro que me había roto. Se me pasaron mil cosas por la cabeza, no podía parar de llorar, por lo que fue y por todo lo que venía por delante”. La operación sale bien y entonces empieza una dura y larga etapa de recuperación que, por si fuese poco, coincide con el parón de liga, el inicio de la pandemia por la COVID-19 y un confinamiento que le obliga a abandonar Badajoz para volver a Huelva, con muchas dudas sobre cómo iba a seguir esa rodilla sin el apoyo presencial de los profesionales del club: “Se me pasaron mil preguntas por la cabeza. Al principio no sabía cómo seguiría mi recuperación, era una situación nueva para todos. Tuve que adaptarme y no fue fácil. Estaba en una fase de la recuperación complicada y tenía que afrontarlo sola; seguí las pautas que me mandó el fisioterapeuta y el preparador físico y con mucho trabajo salió todo bien”, sin olvidar “a todas las personas que estuvieron a mi lado durante esos duros momentos porque sin ellos no hubiera sido posible”. Aquella temporada, la 19/20, que no terminó de disputarse debido a la pandemia, finalizó con el ascenso nuevamente a Primera tras mandar en la clasificación en el momento de la suspensión. Nueva temporada. Vuelve al césped, disfruta de bastantes partidos y minutos, marca y consigue reencontrarse a sí misma tras el calvario anterior. Desgraciadamente el equipo no consigue sacar la cabeza de la zona comprometida de la tabla en una dura Primera División y termina de nuevo bajando al barro de Segunda. Esta vez la onubense decide poner fin a una etapa de 7 años buscando volver a “sentirme importante y afrontar nuevos retos”.
Ahí es donde aparece el nuevo Castellón que no duda en incorporar a una delantera joven, con experiencia en la máxima categoría y que puede aportar velocidad, desborde y gol en una categoría exigente. En sus primeras semanas no esconde que “me estoy encontrado bien y con confianza” y asegura que la participación de su equipo en el Cotif es esencial para “prepararnos mejor de cara a lo que viene y corregir errores”. Ir a la playa, ver series o estar con sus compañeras son algunas de las cosas a las que destina sus ratos libres tras haber completado los estudios de fisioterapia la temporada pasada. Sabe lo que es disfrutar y lo que es sufrir, pero nunca pierde las ganas de mejorar y crecer, porque a sus 24 años todavía lleva la mochila cargada con aquella energía de la niña que soñaba con cumplir sueños.
Texto: Raül Barberà / COTIF