Sí, la gran pregunta del lector ahora mismo es si existe alguna relación entre una mala dinámica de resultados en un equipo de fútbol de élite y el fútbol base. Un poco de paciencia, enseguida llegaremos a eso.
Tras el parón forzoso por la covid-19, el regreso del Valencia CF a la competición liguera ha sido una ‘petardà’ en toda regla, con apenas 4 puntos conquistados de los 15 en juego y una cascada de malas sensaciones tanto deportivas como extradeportivas. Hay quien se sorprende por un «súbito» bajón en el rendimiento… pero, en realidad, existe una explicación mucho más plausible, tangible y real a la delicada situación que atraviesa el equipo.
Y toca empezar a explicarla, cómo no, por el principio. 11 de septiembre de 2019, comunicado oficial del Valencia, Marcelino García Toral es destituido de su puesto como entrenador por motivos que aún hoy permanecen en la oscuridad más absoluta. No era por resultados (jornada 3, con 4 puntos sobre 9), ni tampoco por mal juego (el equipo mostraba el mismo estilo que la temporada anterior, en la que se terminó cuarto en LaLiga y campeón de Copa). Fue, pues, por otras razones que nadie todavía alcanza a comprender. Se designó a Albert Celades como sucesor en el banquillo ese mismo día. Empezaba su etapa al frente de un grande de España y Europa sin apenas bagaje previo como entrenador, más allá de su experiencia en la Sub-21 de la Selección Española.
Primer punto de contacto con el fútbol base: dirigentes de clubes y escuelas que tienden a pensar que los técnicos a su cargo son figuras intercambiables, y que lo único que prima son los resultados dejando a un lado el importantísimo vínculo emocional, personal y deportivo entre una plantilla y su míster. Ocurre con jugadores alevines que, en muchas ocasiones, siguen al entrenador a la escuela a la que vaya después. En el caso de Marcelino, era evidente que ese vínculo era potentísimo, más fuerte de lo que muchos aún se pueden imaginar. Mano de hierro por momentos (cuando se ‘limpió’ a Simone Zaza, Murillo o Michy Batshuayi), pero una capacidad de convicción descomunal para coger figurativamente a jugadores por la pechera (Parejo en 2017, Gayà, Paulista, etc) y sacar de ellos su mejor versión, aquella más cercana a la élite que fueran capaces de mostrar.
Con Marcelino, los jugadores protestaban por la alimentación, por su rectitud, por su exigencia física en los entrenamientos. ‘Rajaban’ a base de bien. Pero siempre con la misma coletilla: «… pero, eso sí, vamos como aviones».
La llegada de Albert Celades supuso un punto de inflexión para una plantilla que perdió de golpe y porrazo al ‘líder’ de la manada, un entrenador que para muchos de ellos era más de un entrenador. También pesó la marcha de Mateu Alemany; ambas, la suya y la del técnico, eran percibidas por el vestuario como figuras ‘paragolpes’, que les defenderían y darían la cara por ellos en momentos de dificultad como sucedió en Navidades de 2018. Desprovistos de semejante paraguas, solos ante el peligro y con un presidente déspota y ‘missing’ a la hora de dar la cara y las explicaciones pertienentes (capricho también muy habitual en las escuelas de fútbol base), la plantilla evaluó al recién llegado.
Celades fue inteligente nada más aterrizar. Su ‘background’ como entrenador de jugadores jóvenes jugó a su favor. Quiso agradar. Hizo bueno el refrán: «No toques lo que funciona». Dejó poder de mando a la plantilla y defendió a los futbolistas cuando Murthy, siempre Murthy, trató de inmiscuirse en asuntos de capital importancia para cualquier futbolista como la elección del médico del equipo o la necesidad de explicaciones públicas. Eso le granjeó el beneplácito de la manada: era uno de los suyos. Y así, el primer trimestre de Celades al frente del equipo fue, gracias a las victorias en Mestalla -fortín inexpugnable gracias a su afición- y ‘campanadas’ en templos como Stamford Bridge o el Amsterdam Arena, una auténtica balsa de aceite.
Pero por desgracia, la labor táctica al frente de un equipo es como el cultivo de cualquier planta: debe regarse a diario o, en este caso, trabajarse todos los días en la Ciudad Deportiva. Ahí está el error fatal del andorrano y la primera grieta en un muro que acaba de colapsar. El Valencia empezó a perder la férrea identidad del 1-4-4-2 marcelinesco y a mutar en remedos de sistemas que causaban desconcierto en los futbolistas. Cuanta más mano metía Celades -no es culpable ni de su fichaje ni de querer dejar su impronta-, más se diluía la identidad de equipo compacto, rocoso y ordenado de las dos campañas anteriores.
En medio del caos, tocaba compensar las deficiencias de otra manera. Los jugadores empezaron a correr más. Y más. Y mucho más. A correr ‘mal’, a tirar de sobresfuerzo físico para paliar errores de bulto de posicionamiento, presión y orden. La imagen de Jose Luis Gayà desmayado, con una lipotimia y roto por el esfuerzo, siendo evacuado del césped de Mestalla en camilla tras aquel partido ante el Chelsea es un buen resumen de lo que estaba sucediendo.
¿Cómo no iba a haber plaga de lesiones si los jugadores iban al límite físico cada partido?
No solo el equipo corría más y peor; también los guarismos negativos empezaban a acumularse. Los visibles y evidentes, como un obsceno número de goles encajados o algunas cifras lamentables de disparos a puerta contraria; y también los ‘invisibles’, conceptos propios del ‘big data’ como los xG (‘expected goals’ o goles esperados) y los xGA (‘expected goals against’ o goles esperados en contra). Las cifras de estos parámetros, además del número de acciones defensivas (PPDA a favor y en contra) y ODC (pases permitidos al rival, sin centros, en la zona de área) eran muy buenas en tiempos de Marcelino y se han revertido por completo en la era Celades.
El cuadro que pintan los datos es, por lo tanto, el de un equipo que defiende demasiado en campo propio, lo hace con gran nivel de pasividad y baja intensidad defensiva, que genera poco juego en Zona 3 (el tercio del campo más alejado de su portería) y, por tanto, genera pocas ocasiones de peligro claras. Y que además corre mucho. Y que además corre mal.
El sobresfuerzo y la compensación solo te pueden llevar lejos hasta cierto punto. Amsterdam fue el cénit del Valencia de Celades en una exhibición defensiva y de efectividad (0-1) que recordó irremisiblemente a la temporada anterior. Tras acabar con buenas sensaciones, la plantilla se marchó de vacaciones de Navidad absolutamente ‘fundida’, con el depósito agotado. Los entrenamientos en Paterna, que los propios futbolistas y su entorno indicaban que no llegaban a los estándares de exigencia del anterior ‘staff’, no ayudaban ni a recargar pilas físicamente ni a mantener la intensidad posteriormente en los partidos. Así, el regreso al césped supuso un varapalo tras otro: eliminación ridícula en la Supercopa, ‘tocatas’ en partidos a domicilio como Mallorca, Getafe o San Sebastián, y un monumental ‘meneo’ con ocho goles encajados en el doble duelo contra la Atalanta.
Lo que ocurrió después es de sobra conocido: el ‘parón’ por la covid-19, el regreso a la competición en junio y la debacle en forma de resultados negativos cosechados este mes. Hay quien apunta a los futbolistas, quizá movido por interés. Me niego a hacerlo, porque estos muchachos demostraron tener dentro de ellos el gen competitivo y campeón hace apenas un año. La plantilla está ‘rota’ pero no por divisiones internas, sino porque se han vaciado absolutamente para compensar decisiones incomprensibles, aleatorias y sin base futbolística desde los despachos.
No dan más de sí con las herramientas con las que cuentan. De hecho, han rayado más de media temporada por encima de los resultados que la estadística indica que deberían haber sacado. Han tenido al enemigo en casa en forma de dirigentes dinamitando los cimientos del edificio y, aún así, ‘casi’ consiguen que este llegase en pie hasta final de temporada.
Podrán ser vilipendiados para no mirar así al entrenador o, peor, para no mirar a la dirigencia (algo también habitual por desgracia en el fútbol formativo). Podrán ser criticados hasta la extenuación porque ahora ‘pierden’, porque ‘hacen la cama’ al míster o porque ‘han bajado los brazos’. Podrán ser objeto de filtraciones negativas y tóxicas mientras el presidente dice que «tranquilidad», que está todo bajo control. Podrán ser culpados de todos los males de la institución… pero semejante acto sería el más injusto con un grupo de chavales que devolvió al aficionado la ilusión por celebrar títulos. Convendría no olvidarlo.
NOTA: A las 20:38h del lunes 29 de junio, horas después de la publicación de esta columna, el Valencia CF comunicó la destitución de Albert Celades como técnico del primer equipo. Salvador González ‘Voro’ pasa a hacerse cargo del equipo.