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Gestionar la incertidumbre

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Carlos Soler y Javier Cordón | Foto: Promoesport

Todo joven deportista con un elevado nivel competitivo tiene el anhelo de alcanzar algún día el profesionalismo dentro de su especialidad. En todos lo casos sin excepción, requerirá de una enorme inversión por parte del interesado y de sus familiares. Juntos deberán soportar esfuerzos y renuncias desde la más tierna infancia hasta la madurez, pasando por la delicada etapa de la adolescencia.

Vaya por delante mi más sincera admiración para todos aquellos valientes que tienen la determinación de intentarlo diariamente en su lugar de entrenamiento, sabiendo de antemano que lo habitual es fracasar. En ese caso la sociedad se beneficiará de deportistas amateurs formados en unos profundos valores positivos que el deporte de competición les habrá inculcado a lo largo de aproximadamente una década.

Durante el proceso formativo un jugador atraviesa diferentes fases, todas ellas igual de importantes y que condicionarán el resultado final. Pero, sin duda, hay una especialmente sensible. La distancia entre quedarte en un jugador promesa o convertirte en un jugador consolidado en la élite es la etapa que más incertidumbre genera al jugador y a su entorno. También es un momento particular para el club, ya que deberá tomar una decisión transcendental y de carácter estratégico sea cual fuere el resultado final. No olvidemos que los clubes son sociedades mercantiles cuya misión principal es aumentar su patrimonio con activos de carne y hueso que visten en pantalón corto.

Fuera de los centros de formación hace frío, mucho frío. Especialmente ese cambio brusco de temperatura lo padecen aquellos jugadores que han sido formados en clubes profesionales y que han disfrutado durante años de todo tipo de mimos. Dichos cuidados, que dicho sea de paso suelen acomodar a los jugadores, superan habitualmente a la realidad que les espera en el entorno profesional. La élite busca resultados. Recibes lo que das. Se acabaron los test. Es la hora de la verdad. Exige rendimiento más allá de las circunstancias que envuelvan a la plantilla y para ello el jugador deberá estar preparado a todos los niveles. Toca demostrar el nivel deportivo y personal adquirido ante el juez más exigente: el primer equipo.

En esta recta final en la que el jugador vislumbra el profesionalismo aparece una de las asignaturas más complejas y que, paradójicamente, no se supera con los pies. La convivencia dentro de un vestuario profesional cuando eres un juvenil es impactante. Supone un exigente examen. Pone en juego la vanidad de las “estrellitas”. No eres nadie y ellos son los amos del garito. El joven jugador tiene una lupa constante sobre su cogote. Tendrá que convivir con jugadores expertos y consagrados con centenares de batallas en sus piernas. Tendrá que respetar los nuevos códigos, normas, lenguajes y roles establecidos. El talento puede abrirte las puertas de la primera plantilla pero definitivamente tu comportamiento será el que te consolide para siempre como un compañero y no como un elemento discordante.

Todos los jugadores profesionales pasaron alguna vez por la angustiosa sala de espera. Los que fueron pacientes, cuidaron los detalles, tuvieron una calma activa y recibieron buenos consejos, vieron como se encendía la luz verde del vestuario de los mayores. En la vida como en el deporte, el fin no justifica los medios. El proceso cuenta y mucho. Te permite disfrutar y compartir con los tuyos el éxito si alcanzas la cima; o llevar con la mayor dignidad posible la caída. Me estoy refiriendo a ese momento en que un jugador llega al ocaso de la academia y debe poner en práctica todas las lecciones que ha aprendido en su etapa formativa. En ese preciso instante en que el jugador tiene la sensación de que el primer equipo está al alcance de sus manos y resulta que es cuando lo tiene más lejos que nunca. Pues bien, bajo mi punto
de vista, esa etapa vital del deportista puede ser tan traumática como maravillosa; dependerá de como decidan llevarla el jugador y su entorno. No es cuestión de suerte. Más bien al contrario. Es cuestión de mentalidad, darle normalidad al asunto y de un minucioso trabajo de orfebrería por parte de sus agentes.

Muchas son las expectativas que se crean entorno a los jóvenes jugadores y muchos son los factores que atormentarán al deportista. Algunos son exógenos como la confección de la plantilla, el perfil del entrenador del primer equipo, los resultados, el calendario, las lesiones, la política del club con la cantera, etc. Otros muchos sí que dependerán de éste y deberá poner el foco para potenciarlos.

Llegados a este punto resulta crucial que el jugador esté bien asesorado. La presencia de un agente profesional y cualificado siempre es necesaria pero definitivamente en esta etapa de tanta inseguridad, resulta crucial la toma de decisiones óptimas. Cuanta mayor incertidumbre, mayor debe ser el control de la situación por parte del asesor. No cabe la posibilidad de error. No valen las prisas ni los intereses de la agencia en cuestión. No aprovechar la oportunidad puede ser como pasar del todo a la nada y de la admiración a la frustración. Nadie dijo que ser futbolista profesional fuera fácil. Más bien al contrario. Resulta un reto apasionantemente complejo.

Texto: Javier Cordón
(Licenciado E.F. y Agencia Promoesport)

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