Ya nadie puede escapar a la vergüenza que genera la violencia en el deporte y darle la espalda en estos momentos supone posicionarse en el bando de los primates. La prensa y la TV han entrado pidiendo soluciones, pero los debates sesgados y teledirigidos del sensacionalismo hacen hincapié en aspectos anecdóticos, morbosos y marginales.
¿Qué hay detrás de la violencia en el deporte? ¿Sólo se da en el fútbol? Obviamente, si se habla de violencia en el deporte es porque ese es su continente, su espacio, pero en el caso del fútbol, una practica masiva junto a un interés desproporcionado, es lo que hace que acabemos especificando y vinculando la violencia al fútbol. Hay quien piensa que los seguidores del fútbol son personas más primitivas, más simples y más manipulables, pero eso es uno de los mitos que acompañan a este deporte.
Veamos ahora que hay a la sombra y que hay a la luz, siendo la tesis a defender que la violencia en el deporte es un asunto multifactorial con factores que además interactuan y se influyen. Dejemos de atacar sólo a los que se ven siempre en la foto o en el vídeo: jugadores, técnicos y padres, lo que no significa que deban quedar fuera del tema que nos ocupa.
De una parte tenemos una sociedad que ensalza el culto a un cuerpo intimidador, una sociedad que proporciona una visión de la valentía y la cobardía que promociona el sufrimiento personal, como ejemplo, chivarse es de cobardes y denunciar algo es de poco hombres.
De otra parte se defiende el grito y el insulto como forma de hacerse oír y defender el subjetivismo y todos sabemos que de la ofensa al golpe se pasa a la velocidad de la luz. Los medios de comunicación han detectado que la falta de respeto, el lenguaje soez y la chulería, atraen a la audiencia, fidelizan personas carentes de metas que hagan de su existir una vida interesante, pero eso ya no importa, la función ya no es informar, es entretener. Esta sociedad se contradice y manda mensajes ambivalentes, se condena la violencia, se persigue al boxeo, a la vez que apuesta por el nerviosismo, las prisas y las urgencias. Las personas se debaten entre la tristeza y el enfado, los tipos humanos que menos suman. Es una sociedad desequilibrada emocionalmente hablando, trastornada.
De otra tenemos unos padres que cada vez tienen menos tiempo para educar y en el caso de que lo tengan, la superprotección invalida que los hijos asuman responsabilidades, adquieran compromisos sociales y caminen por el desarrollo más conveniente para la vida en sociedad. No hemos hablado de saber educar o para que hay que educar, o donde no puede haber negociación alguna. ¿Y qué ocurre cuando además de lo dicho, ven en el niño un posible negocio?, ¿qué ocurre cuando se miran al espejo y ven dólares en los ojos?, pues puede ocurrir lo siguiente, que piensen que las Escuelas de Fútbol estén perjudicando la evolución del nano, que el niño debe jugar siempre porque es la mejor forma de progresar y de que alguien lo pueda fichar. También pueden pensar que no se entrena con la suficiente intensidad, que el entrenador no sabe, etc. Como consecuencia, cambio de escuela tras cambio para hacer del nano un nómada y del padre un crítico de la nada. Y mientras tanto enfado, conflicto y rabia.
Con lo dicho, ¿tenemos encuadrado el problema? Pues no. Hablemos ahora de los técnicos y de su cuota de problema. En muchos casos, son personas modélicas para sus jugadores, considerando la acepción positiva y en otros casos confunden la competitividad con la agresividad. Motivan para el choque y la confrontación física, “mete la pierna”, “que no pase”, “es todo tuyo”. Instruyen para el automatismo, “no pienses, actúa”. Robotizan: «sube», «baja», «a tu izquierda». Los chavales se pasan los partidos mirando a su entrenador o a su padre, eso se traduce en atención inadecuada, pérdida de concentración, sobreactivación, ansiedad. Algunos hablan mucho en los partidos y nada en los entrenamientos, llegándose a la paradoja de que a veces exigen cosas que los nanos no saben que tienen que hacer. Este discurso es bastante pesimista, pero aunque muy extendido, no es atribuible a la mayoría. El técnico tiene que darse cuenta que quien tiene que demostrar son sus jugadores y no él, no es bueno trabajar para la galería, la promoción personal debe pasar por el juego de sus equipos y eso significa hablar con los jugadores, reforzarles, instruirles, interesarse por su vida, por los estudios…
¿Y que pasa con los árbitros y el arbitraje que tanto incomoda y a los que erróneamente se les pone en el punto de mira del origen de la violencia? Desde la psicología sabemos que a los árbitros se les piden cosas que no pueden cumplir y no porque no quieran, sino porque la naturaleza humana no les faculta para más. La mayoría de las decisiones arbitrales se dan con una certeza del 60, 70 u 80%, a eso le llamamos juicio intuitivo. El error o el acierto por azar se encuentran en el mismo camino. Se les recrimina que no lo vean todo, sin considerar que están siempre en terreno hostil con jugadores que juegan al engaño y al despiste intencional, con perspectivas que ocultan los detalles de la infracción. ¿Sabéis que pasa cuando tienes que decidir en segundos?, que algunas veces la decisión no se ve acompañada por el silbato y otras se pita antes de decidir.
Aunque hay más factores a considerar, finalizaré aludiendo a los jugadores y con mucha brevedad. Terminaré con esos receptores de las frustraciones, manías, obsesiones e intereses de los adultos, en el formato de padres, directivos o entrenadores. Nanos a los que se les puede decir que no hagan daño, pero sí que intimiden. Chavales a los que cuando se muestran con dureza extrema se les dice que han hecho un partido estupendo y se les felicita. Jugadores en los que se alienta el orgullo de derribar al adversario o no dejarlo jugar. Pero la historia ya les viene de atrás, cuando son pequeños reciben un doble mensaje, el de sus entrenadores y el de sus padres, cuando son contradictorios el nano lo vive con mucha presión y con ganas de dedicarse a otra cosa. Incluso en esas situaciones tan personales también lo paga el grupo, porque las decisiones tácticas deesaparecen, y sino pensad en esto, «tienes que tirar más a puerta», «no le pases tanto a Pepito», «en el área se finaliza no se pasa», etc. Las urgencias de destacar y de ganar como claves del éxito destierran la paciencia, la tenacidad, el trabajo, el esfuerzo, la solidaridad, el compañerismo. No hay nada fácil, pero las prisas consiguen menos.
A todos ellos, alguien tendrá que decirles en voz alta que con la ira no se juega.
Texto: Ximo Lluch, psicólogo deportivo
Fuente: Colegio Salgui (enlace original AQUÍ)